El debate presidencial del 7 de abril pasado, evidenció la mediocridad de las candidatas y del candidato de la eterna sonrisa que designó MC para tomar el papel de esquirol del oficialismo. Varias de las personas que lo vieron, me han comentado que no encontraron ninguna idea o propuesta convincente que los haya motivado para cambiar el sentido de su voto por alguna de las tres opciones existentes. Evidente resulto que ninguna de las dos candidatas tiene empaque presidencial. Ambas exhibieron poca agilidad mental y pobre respuesta intelectual. No hubo ninguna idea fuerza para colocar su proyecto como la mejor opción para gobernar al País.
Fuera de los círculos intelectuales, políticos y empresariales, un importante número de ciudadanos perdió desde hace mucho tiempo el interés sobre los asuntos del gobierno. La política los aleja e incluso ante tanta polarización, se ha vuelto un medio para confrontarnos. Esa es la razón por la que los políticos son considerados más como el problema que como la solución.
En un debate esperamos que las palabras y la inteligencia sean armas poderosas, demoledoras. Si se usan bien, servirán para acabar y liquidar al adversario, pero si son mal usadas, se convierten en una forma que lleva al suicidio político. Eso le paso a las dos. A Xóchitl Gálvez, buscando culpables ajenos a quienes endosarles su falta de capacidad y la de su equipo que ha demostrado desde hace mucho como se pierden elecciones. A Claudia Sheinbaum, por guardar silencio y no defender lo indefendible.
Los debates en la campaña presidencial son el lugar en donde sucede el intercambio de ideas, la defensa de las propuestas, incluso hemos visto en otras ocasiones, que la sorna y el humor negro, funcionan para algunos. En este último, ni eso hubo.
A Sheinbaum le reclaman que no haya defendido el país imaginario que se describe en los diarios discursos mañaneros de su jefe. Tal vez esa fue una muestra de honestidad intelectual que no pudo por pudor traspasar para ir más allá de la frontera de la realidad. Realidad que es arrasada por el perverso maniqueísmo conceptual que saca cuentas de que los “buenos” son ellos y son más que los “malos” que son pocos y muy voraces.
La falta de una defensa a ultranza a favor del Rey de los Pobres por parte de su candidata, es lo que ocasionó el berrinche mañanero y las breves editoriales que acusaron recibo de la falta de lealtad de su hija y heredera política.
Por lo que toca a la candidata opositora, se quedó anclada en programas de gobiernos pasados que ya tuvieron su oportunidad y fracasaron estrepitosamente. Súmele los pésimos asesores y la muy mala estructura de campaña de la que se ha rodeado, con el lastre de marcas y personajes que le restan imagen. También hay grandes sectores de la ciudadanía que todavía no olvidan los malos gobiernos del pasado, lo que hace difícil que remonte la diferencia en las encuestas. Después del debate y del postdebate, hay mayor certeza de la derrota.
Este debate me deja varias reflexiones. Yo esperaría que quien pida el voto para la presidencia, sea capaz e inteligente. Que proponga un proyecto viable y posible, además que diga cómo hacerlo. Que convenza por su capacidad y carisma. Porque a la que gane, la vamos a escuchar todos los días durante seis años.
La lucha por la equidad en la competencia ha sido larga y difícil, no podemos perderla por ambiciones mesiánicas ni sueños de opio. La realidad siempre se impone, a veces con altos costos por los errores que no supimos defender en las urnas. Debemos cuidar que esta batalla, de alto riesgo para el País, no la vaya a destruir la falta de neutralidad de los organismos, ni las mañas electorales que pensábamos superadas. Ya opinaremos sobre los debates que vendrán más adelante.
Por Carlos Román.