Desde antes de su llegada al poder en 2018, nos guste o no, Andrés Manuel López Obrador ha marcado una nueva forma de hacer política en México. Con una habilidad innata para zafarse de los temas que no le agradan, perjudican o lo evidencian; con una gran suerte para encontrar los distractores que cambian el debate público en momentos difíciles, en una ininterrumpida campaña electoral, con la promesa de un cambio radical en la forma de hacer gobierno, que lamentablemente nunca llegó. Con estas artes, sedujo a millones aprovechando el clamor para que se erradicara o por lo menos disminuyera la corrupción y la desigualdad, la inseguridad y la marginación. Su discurso de los pobres, le dio frutos. Sumemos a todo esto una oposición amorcillada, carcomida por la corrupción e ineficiente, que nunca supo leerlo y menos entender las nuevas condiciones políticas del País, dejando pasar sin cuestionar con seriedad, los múltiples errores del gobierno, lo que le ha dado vía libre para hacer y deshacer a su gusto sin contrapeso alguno.
El Presidente es un encantador de serpientes. El mejor vendedor de ilusiones a los que sus seguidores le compran sin reparo alguno todo lo que ofrece. Con sus programas sociales generó una amplia base social con lo que trasladó el voto corporativo a su persona y en menor medida a su movimiento. Todavía en el ocaso de su mandato, encuentra en la reprobable toma de la embajada de México en Ecuador, el pretexto ideal para esconder el fracaso colosal de cada una de sus promesas.
Por una fracción de los escándalos de corrupción, de violencia e inseguridad que hemos visto en este gobierno, la imagen de presidentes como Enrique Peña Nieto y su casa blanca; Felipe Calderón y su guerra contra el narco e incluso Vicente Fox con todo y su Martita, hicieron que cada uno de ellos terminara en el basurero de la historia. Pero a Lopez Obrador todo se le resbala. No hay escándalo que lo afecte, su base social lo defiende a ultranza.
Los cimientos de este apoyo lo constituyen los programas sociales. Basta con sentarse a la espera de un trámite en cualquier sucursal del “Banco del Bienestar”, para escuchar los comentarios de los beneficiarios de estas dadivas y poder advertir, que difícilmente este numeroso sector cambie su intención de voto en los próximos dos meses.
En el ámbito de la seguridad, es evidente la falta de una política que sume y articule los esfuerzos para pacificar al País. Los programas sociales a los jóvenes, han demostrado que no son ni remotamente suficientes para disminuir las causas subyacentes de la violencia, los índices delictivos siguen siendo mucho muy elevados y regiones enteras del país están en manos de la delincuencia.
Con la incertidumbre siempre presente, los ciudadanos se preparan para una vez más participar en el ejercicio democrático de elegir a su próximo gobernante. Las campañas presidenciales llevan poco más de un mes y hasta hoy, pareciera ser que la continuidad del régimen está asegurada. Por salud de nuestra vida pública, no es deseable que un partido tenga todo el poder. Nos olvidamos fácilmente de que en México se incubó y vivió por décadas, un partido que fue hegemónico, autoritario y causante de muchos de nuestros insuperables males, particularmente la corrupción.
Estamos en el periodo de intensa actividad política. Sabemos que todos prometen y luego no cumplen, aunque a veces nos engañan con la verdad.
Sin embargo, las elecciones no están exentas de desafíos y controversias. La violencia política, la desinformación y las acusaciones de fraude son solo algunos de los obstáculos que enfrenta la democracia mexicana, al margen de que esta elección como muchas otras que hemos tenido, será una elección de estado.
Transitorio.- Sin pena ni gloria, sin propuestas viables y sin muchas ideas e inteligencia transcurrió el primer debate. No gano nadie. Era de esperarse. A ver que pasa en el segundo, porque en éste, dejaron a deber…