En una reciente comida con dos queridos amigos, el tema del divorcio surgió naturalmente en nuestra conversación. Los tres éramos divorciados y reincidentes. Muchas de las bodas a las que he asistido, terminaron en divorcio. También he observado una constante, mientras más grande y suntuosa la fiesta, más escandaloso y terrible el divorcio. Mis amigos de juventud, casi en su totalidad, han experimentado el fin de sus matrimonios, algunos en términos amigables, otros en una batalla campal contra todo y todos, y otros más, llenos de resentimientos y dolores acumulados por deslealtades y momentos difíciles. En la actualidad, son pocos los que mantienen relaciones matrimoniales de largo plazo. La idea de “hasta que la muerte nos separe” parece ya no ser válida en estos tiempos.
El divorcio deja un impacto emocional profundo en cualquier individuo. A pesar del deseo de comenzar de nuevo, es posible que persistan emociones no resueltas del matrimonio anterior. El miedo al compromiso, la desconfianza en las relaciones y la preocupación por repetir errores pasados pueden presentar desafíos significativos. Es esencial saber que el divorcio lleva un proceso. Los primeros meses son agobiantes. La culpa y el sentimiento de vacío se presentan como tinta indeleble en nuestra conciencia y nos obligan a abordar estas emociones con honestidad para recuperar nuestra vida de manera integral.
El proceso del divorcio en la mayoría de los casos es complejo, costoso y puede convertirse en una batalla legal de proporciones épicas. Algunos de los juicios más encarnizados que me ha tocado conocer son en relación con el divorcio y particularmente sobre los hijos y los bienes.
Existen innumerables razones por las cuales las personas deciden divorciarse, siendo la principal el agotamiento del amor que una vez los unió. Es innegable que el divorcio puede ser un proceso doloroso y difícil de sobrellevar. Sin embargo, en ciertas ocasiones, el divorcio se vuelve una necesidad imperiosa, ya que nadie está obligado a permanecer con quien ya no ama.
Muchos reincidentes aseguran que casarse nuevamente es como ingresar al mismo infierno, solo que con un nuevo diablo. Lo más preocupante es cómo este infierno puede afectar a los hijos, ya que, como mencionaba un amigo, es imposible transmitir felicidad cuando uno mismo no la experimenta. Personalmente, conozco casos en los que el divorcio no solo es necesario, sino imperativo para preservar la integridad física, así como la salud mental y emocional de quienes viven en un constante enfrentamiento y hay pleitos por cualquier cosa, por más mínima e insignificante que parezca. Tan es así que incluso la Iglesia Católica puede declarar nulo un matrimonio en ciertas circunstancias.
El divorcio es un fracaso, pero devuelve a quienes lo atraviesan su libertad. Les quita la carga de una sensación de derrota que muchas veces nubla el sentido de la vida. Como seres humanos, siempre estamos tomando decisiones, algunas acertadas y otras desafortunadas. Sin embargo, ningún fracaso es insuperable, y ninguna situación debe condenar a una persona a una vida de miseria.
Para las mujeres y los hombres que han decidido dar el paso y liberarse de una vida de sufrimiento y engaños, el divorcio puede ser el primer paso hacia la recuperación de su autoestima y bienestar. El dogma y las expectativas sociales pueden llegar a encarcelarnos en muros infranqueables, reduciendo nuestra existencia y minimizando nuestra verdadera esencia. En última instancia, debemos recordar que romper las cadenas que nos atan puede ser el camino hacia una vida más plena y auténtica.
Cuando una persona decide darle una segunda oportunidad al matrimonio, se embarca en un viaje que conlleva una serie de situaciones que van desde las emocionales, financieras, familiares, legales, hasta los aspectos religiosos. Estas condiciones sin duda van a influir a veces para bien y otras para mal, en el resultado de esa nueva etapa de la vida del divorciado y reincidente, aunque en mis dos amigos, pude ver en su mirada, la tranquilidad de una vida plena.