No me vengan con eso de que la corrupción terminó. Una constante de los regímenes populistas del mundo, de izquierda o derecha, es que los problemas los resuelven por decreto. Si la ley de la oferta y la demanda no es funcional al régimen, habrá que publicar un decreto que la derogue. No es broma, esto ha pasado, y ya sea en los graves retos de la economía, educación, salud o de seguridad que vivimos, no hay imposibles para quien es maestro en manipular a la opinión pública, sobre todo a aquella que está alineada con el gobierno.
Así, hemos visto en los últimos años como con un discurso lleno de propaganda y mentiras, se ha decretado que en México ya no hay corrupción, que la inseguridad es menos, que la tragedia de Acapulco terminó y que no son tantos miles los desaparecidos, quien diga lo contrario es el enemigo. Ilusiones y demagogia pura. Nada más falso ni alejado de la realidad. La corrupción sigue presente como un hecho complejo que continúa siendo el problema más importante de nuestra sociedad. Un problema cultural arraigado en lo profundo de nuestra idiosincrasia.
La corrupción también es medible ante la falta de capacidad, experiencia o talento para desempeñar un cargo público. Es falso que se pueda ser bueno en algo con 90% de lealtad y 10% de capacidad. Vivimos un retroceso democrático muy grave. Además, ha quedado plenamente demostrado que la corrupción sigue presente en todos los niveles de la vida política de México, en todos los órdenes de gobierno, también entre empresarios, profesionistas y sindicatos, entre partidos políticos. El cáncer hizo metástasis.
Todos sabemos que la ley en México no se respeta. Transgredir la ley es sinónimo de desprecio al orden y a los demás. Así se demuestra una bajísima calidad ética y social de quien constantemente viola la norma. Al corrupto no le importa el deshonor, el escarmiento público, el señalamiento de todos. Siempre va a romper la ley en beneficio propio.
Nada debería ser más vergonzoso que ser corrupto, nada más reprobable que transgredir la norma para beneficio propio porque esto implica carecer de principios éticos y morales. Dañar a los otros para beneficiarse a sí mismo carece de todo respeto, de toda dignidad. El corrupto atenta contra la sociedad al violar la ley que debería estructurar la convivencia civilizada.
Nuestra realidad como un país de grandes desigualdades, lleno de pobres que carecen de educación, porque no hemos sido capaces de llevarla a todos, encierra en sí, una pérdida total de valores. El honor y la dignidad de las personas se ha esfumado en esta sociedad sin memoria, sin rumbo, sin futuro.
En estos días el dinero se convierte en el único fin. Un fin en sí mismo porque con dinero se logra la sumisión de los demás. Con limosnas se está construyendo un país de súbditos. El hombre corrupto traiciona todo y a todos. Aplasta todo, esa es su lógica. Defiende lo indefendible.
La corrupción del mentiroso que usa las palabras como trampas y vende ilusiones para embarcar a muchos a un mundo sin destino. El mitómano usa la mentira, el engaño perfectamente estructurado, la astucia para violar la ley en su beneficio. Seguimos viendo cómo se premia a los corruptos que abonan un terreno propicio para la barbarie. No es fácil combatir a fondo a la corrupción. Si queremos mantenernos como un País con un mínimo de viabilidad, hay mucho por hacer. Tal vez la tarea más difícil que tengamos enfrente, cuando vemos como se construye un Maximato voraz, es que eso no suceda. Porque si llega a pasar, no vamos a perder un sexenio, vamos a perder el siglo entero.
Por Carlos Román.