Escribimos la semana pasada sobre la corriente del socialismo utópico, que de alguna manera tuvo influencia en otros autores que buscaron en la propiedad privada la causa y explicación de todos los males de la humanidad.
Ahora revisemos otra corriente fundamental del pensamiento económico que ha estructurado en los últimos siglos a la economía de los países de Occidente, que han seguido y aplicado los principios económicos que postula y en mayor o menor medida estructurado a sus sociedades en base a ellos. También como su antítesis socialista, tiene bondades y desventajas que han marcado el devenir de la humanidad en los últimos tiempos.
En efecto, no podemos dejar de referirnos a la doctrina económica sustentada por Adam Smith, a quien se le señala como padre del capitalismo, y que a la postre su pensamiento ha sido la inspiración de la corriente doctrinaria que por excelencia representa: el liberalismo.
La Riqueza de las Naciones es el título de la obra clásica de Adam Smith que se publica en el año de 1776, justo con la aparición de la revolución industrial en Inglaterra, etapa que marca el inicio de un auge sin precedente en la economía, la tecnología y el intercambio de bienes y servicios, que permitieron la aparición de las grandes potencias económicas presentes hasta nuestros días.
Sus ideas basadas en el interés personal y en la libertad de empresa, destacaban aspectos fundamentales como la división del trabajo y la especialización de la producción como los mecanismos necesarios para crear riqueza. Para ello es indispensable la existencia de un estado de derecho con acceso a la justicia que tutele y proteja la propiedad y limite a lo mínimo la participación del Estado en los procesos productivos. Su frase “Laissez-faire representa la libertad de mercado y la supremacía del interés individual. Adam Smith afirma que cuando cada quien vela por sus intereses, se cuida de manera automática el interés de los demás, lo que permite a la economía su funcionamiento en base a la ley de la oferta y la demanda, que incrementa la productividad y por consiguiente la generación de riqueza.
Aunque con una base más realista sustentada en el sentido de apropiación particular, en el trabajo y la acumulación de capital, las teorías de Adam Smith y el liberalismo que inspiró también tienen un lado oscuro generado por la desmedida ambición y la intención de acumular riqueza al precio que sea, por parte de naciones y personas.
En aquellos países en donde existe un mejor nivel educativo e instituciones de Gobierno que de alguna manera garantizan el acceso a una adecuada impartición de Justicia, el liberalismo ha funcionado. Las ideas económicas de ese tiempo junto con el pensamiento político de la época permitieron la transición de los regímenes monárquicos a los democráticos, no sin su cuota de sangre respectiva, pero han inspirado la posibilidad de construir sociedades basadas en la libertad y el respeto de los derechos de los demás.
Pero que sucedió cuando estas teorías se aplicaron en un país como México, con una población carente de un nivel educativo adecuado, de un Gobierno caracterizado por la corrupción y la cleptocracia; los resultados han sido en verdad terribles: corrupción, dependencia, pobreza y miseria, han marcado a lo que se conoce como neoliberalismo en México.
Lo anterior se explica en virtud de que la oligarquía mexicana ha sido creada desde el Gobierno, con gran énfasis a partir de la presidencia de Carlos Salinas, y no precisamente en base a la productividad o a los frenos que la ley de la oferta y la demanda impone, sino a concesionar, privatizar y adjudicar a unos cuantos la riqueza de un país con el costo que nos ha tocado pagar a todos, en particular a los millones de pobres. En México el neoliberalismo se implantó por decreto, así como la designación de sus representantes más destacados.
El neoliberalismo mexicano sostuvo una racionalidad más que discutible. Política y corrupción iban de la mano. A diferencia de Norteamérica y Europa, en donde las clases forman al estado, en México el estado formó a su oligarquía, siendo necesario para comprobar esta afirmación, que los grandes ricos de México, los de a deveras, sin excepción alguna han hecho sus fortunas en base a la concesión de bienes o servicios propiedad del Estado o administrados por este. Por eso el neoliberalismo en México fracasó, fue artificial y lo único que generó fue una sociedad tan desigual, tan injusta que era indispensable un cambio de rumbo. No podía sostenerse ese modelo.
Estas conductas evidentemente han dañado a los grandes sectores despojados por el neoliberalismo de la posibilidad de acceder a una vida digna, a una vida humana que les permita un desarrollo con plenitud, con justicia y con aspiraciones de lograr la felicidad.
El neoliberalismo generó con la corrupción el fruto podrido del subdesarrollo. El neoliberalismo hizo de la deshonestidad discurso y proyecto, proyecto que está llegando a su fin afortunadamente. La corrupción se utilizó para comprar voluntades de legisladores, de todos los partidos, de izquierda y derecha, olvidando y traicionando formación y principios.
Con la compra de estas voluntades se llegó incluso a privatizar el petróleo y la generación de energía eléctrica. Definitivamente el neoliberalismo en México no respetó la productividad, la libre competencia y una retribución justa a los trabajadores, ha sido una acumulación brutal de capital para unos cuantos, hasta convertirlos incluso en algunos de los más ricos del mundo, en un país con los pobres más pobres.
Para en verdad poder desarrollar un sistema económico eficiente, no podemos inventar leyes o teorías económicas que no estén sustentadas en las reglas que está ciencia exige, pero tampoco podemos implementar cualquier tipo de proyecto político que no erradique de raíz la corrupción, la falta de educación y de oportunidades
Ojalá no me quede en la sola utopía de pensar que en México pueda lograrse una sociedad mejor, con libertad, justicia, educación y respeto a la ley.
Por Carlos Román.